Orthodox regresan con su formación clásica, pero lo hacen, como siempre, avanzando, inspiradísimos y sorprendiendo con matices infinitos y endiablados. Su capacidad, compenetración y libertad como intérpretes es de no creérselo. Llevo años sintiendo que están en el pico de sus capacidades. Pero cada lanzamiento lleva, implícita, la promesa de nuevas alturas (o abismos). Si mi espíritu animal existiera, sería una criatura que sonaría así.
Escuchar este disco con auriculares mientras paseo por los descampados de las afueras de mi ciudad dormitorio ha sido todo un viaje en el tiempo. Me han crecido las Yumas, las tachuelas, el melenote y los granos. Temones gordos como la próstata de Gadafi antes de ser linchado, riffs memorables, solos de vértigo, agudos como Halford manda, estribillos pegadizos con coros con sabor a NWOBHM y un baterista con pocos rivales. Y la portada, Dios, pide a gritos edición en vinilo.
Este disco va más allá de un “lo han vuelto a hacer”. Este disco es un salto cualitativo, que muestra a Borja, Marco y Ricardo en plenitud de sus poderes.